Mariela Guerrero es directora de investigaciones de la Revista Alternativa de Colombia, uno de los pocos medios de comunicación independientes del país. Su trayectoria periodística la ha convertido en una especialista en paramilitarismo, guerrilla y derechos humanos, pero también en el blanco y el objetivo de continuas amenazas y presiones, como muchos de sus compañeros y compañeras, hoy simples estadísticas que han hecho de Colombia el lugar del mundo con más periodistas asesinados en los últimos años. El futuro de Colombia, tras más de cuatro décadas de guerra civil larvada y con un difícil y tortuoso proceso de paz, es incierto y cuelga de arriesgados equilibrios políticos y sociales.
Creo que el derecho a dudar que debemos tener todos los periodistas en cualquier lugar se ha ido perdiendo y que la ética de los valores del periodismo se ha globalizado en una pérdida de identidad general. Eso pasa en Colombia, como cualquier otro lugar, de un modo muy duro y ha comportado una pérdida de interés y también la falta de posiciones críticas en la mayoría de los periodistas. Hoy en día el periodismo de investigación en mi país ha desaparecido de casi todos los medios y son muy pocos los que se atreven a sostenerlo, porque esto empieza a tocar fondo en la relación que hay entre el poder político, el económico y el del narcotráfico.
Durante los años 70 se empezaron en desarrollar las unidades investigadoras en los medios que tuvieron una fuerte repercusión denunciando a la clase política, las corrupciones y desfalcos, con nombres y apellidos. Eso permitió un gran salto cualitativo en la profesión y la aparición de muy buenos periodistas. En los años 80, coincidiendo con el auge del narcotráfico y su relación con políticos y autoridades, la respuesta inmediata fue el acoso a los periodistas. Inicialmente se les persuadió con dinero. Como que la gente no hacía caso y perseveró con sus denuncias, empezaron las amenazas de muerte y los primeros exilios forzados, el acoso y el asesinato. Hacer periodismo de investigación se ha vuelto sumamente arriesgado. La gente se ha atemorizado y ha comenzado en callar y a ser fácilmente manipulable. El periodismo es una de las trabajos más peligrosos en Colombia, hasta el punto que tiene un subsidio especial.
Si a alguien le quieren poner una lápida en el cuello es suficiente con decir que hace apología de la guerrilla. Es un tema tabú. En los últimos diez años era imposible hablar en los medios de nada que tuviese en ver con la guerrilla. Un decreto presidencial impedía entrevistar a nadie de la guerrilla, porque era acusado inmediatamente de apología. Tampoco no se podía hablar de los paramilitares, nadie publica nada de nada, sobretodo sobre los vínculos entre el paramilitarismo y el ejército. Quién ha publicado libros sobre paramilitarismo, hoy está en el exilio. Cada vez que se dice que las fuerzas militares están comprometidas con los paramilitares, que son responsables de masacres, enseguida sale la jerarquía militar a decir que las informaciones son filtraciones de la guerrilla al periodista que lo dice o a la ONG que lo denuncia, con el objetivo de desprestigiarles y que en todo caso, son casos aislados. Llevamos años demostrando que esta es una política de Estado que nace ya en los años 60. El periodismo comprometido con la duda, la crítica y el hecho de cuestionar no es posible en Colombia.
Sí, porque no reconocen la situación real que vive el país, la enmascaran y continuamente reproducen una gran mentira. Cada cual atiende su parcela y nunca no se piensa en conjunto. El papel social del periodista se diluye y entonces es muy fácil mantener a la opinión pública desinformada. Los medios sintetizan y la información se reproduce con el mismo objetivo: mostrar cierta imagen, desprestigiar la oposición o la guerrilla, tapar y protegerse… Los medios han contribuido al hecho de que nadie sepa qué pasa en Colombia. El público ya no sabe qué pensar. El periodista repite un embuste sistemáticamente y lo convertirá en verdad. Esta desinformación es lo más práctico para gobernar un país como este donde, además, el gremio de los periodistas es el más desarticulado de todos. Lo único que cuenta es la información oficial y eso es lo que se reproduce. Nunca no se va a preguntar a otros sectores, al pueblo, a los grupos oprimidos. Los periodistas acabamos siendo cómplices.
Hay muy pocos corresponsales que entiendan la complejidad del país y la contextualicen. No se estudia, no se leen libros, no se hace investigación, y no se cuestiona, porque no se tienen contraargumentos. La mayor parte de los corresponsales son periodistas de escritorio. No van a las zonas de violencia, no se arriesgan y hacen un periodismo de despacho, de Internet o de repetición de lo que dicen los medios colombianos. Es una información limitada y distorsionada. Siento decirlo, pero el caso de la prensa española es uno de los peores.
De entrada hay diversos obstáculos que es preciso vencer, como el cambio de prisioneros o el establecimiento de una agenda de puntos. El Estado mantiene que uno de estos puntos es dejar de matar y, por el otro lado, la guerrilla plantea el problema del paramilitarismo. ¿Qué hará Pastrana con todo eso? ¿Se enfrentará a los militares? ¿Reconocerá que el paramilitarismo es un proyecto de Estado? Aquí es donde no tiene alternativa. ¿Hasta donde podrá continuar con su deseo de negociar? ¿Qué se puede hacer? ¿Que los narcotraficantes entreguen tierras para hacer una reforma agraria? ¿Que los latifundistas cedan parte de sus propiedades -en un país sobre todo agrícola y donde todas están en manos de un 3% poblacional- mientras se importan alimentos de fuera? Es absurdo. Las mejores tierras están en manos de los narcotraficantes, se hacen cultivos ilícitos, evidentemente protegidos por los paramilitares. La mayoría de la gente ha sido desplazada. En diez años, 1,2 millones de personas, viven amontonadas en las grandes ciudades, con los problemas de violencia que se pueden generar. En dos meses, en un solo departamento, se produjeron 70 suicidios. La juventud vive sin futuro ni perspectivas.
No, en absoluto. Si no hay acciones concretas respecto al paramilitarismo para evitar que se les dé estatuto político, no le veo salida. La situación se agravará, porque la guerrilla, por el momento, está ganando la partida. Los paramilitares arremeterán duramente contra el movimiento popular, el sindical, y las ONG. Se tendrá que lamentar más de un fallecimiento atroz a manos de los paramilitares para presionar, arrinconar las condiciones de la guerrilla y evitar un diálogo fructífero. Atacarán los defensores de los derechos humanos y la población.
Desde los años 60 hay dos tendencias. La ELN, cristiana, y las FAR, marxistas. Ambas coinciden en que el socialismo que ha de existir en Colombia debe ser «a la colombiana», que no puede ser la imitación de ninguna experiencia pasada, con la participación del pueblo en la discusión de los grandes temas nacionales, y un nuevo gobierno. Hacen falta reformas estructurales, dicen, encaminadas hacia un socialismo que se adecue a las condiciones de América Latina y que obedezca a las necesidades de Colombia.
Que yo sepa, la guerrilla no ha asesinado a ningún periodista. Se pronuncian en contra de lo que dicen algunos, pero de aquí en matarlos, es otra cosa. La figura de los paramilitares es un paraguas para todo el mundo. Cuando actúan no puedes acusar al ejército, porque no es él quién nos amenaza, ni ningún ministro o político. Los paramilitares ya pueden hacer todos los excesos que quieran. Como que no sabemos donde están, ¿quién los castiga? Siempre son amenazas que no se sabe de donde vienen ni quién las hace. Los paramilitares ya anunciaron que este sería un año muy duro y que lo lamentaban, pero que tenían que hacer una limpieza y atacar a los guerrilleros que se escondían tras las ONG y de los derechos humanos y que no lo tolerarían. El paramilitarismo está muy infiltrado en las diferentes ONG y eso es muy arriesgado. Colombia vive otra vez alarmada. A última hora de la tarde telefoneo y nadie no duerme en su casa, porque cada noche se duerme en un sitio diferente.