Hemos esperado la celebración del Consejo Directivo del Sindicato de Periodistas de Catalunya (SPC), antes de emitir un comunicado de urgencia sobre el conflicto de los Balcanes que no habría aportado gran cosa nueva que no fuese una voz más en el ya numeroso coro de lamentaciones, con el consecuente rechazo a la política de limpieza étnica de Milosevic y la repugnancia por los métodos bélicos de la OTAN que bombardea sobre quienes quiere proteger y lamenta la «colateralidad» de los daños, como si la vida no fuese el centro y el resto colateral de la vida.
Por respeto a la tragedia que vivimos día a día, no habíamos querido añadir una nueva voz convencional a los numerosos comunicados que, más allá de tranquilizar la conciencia del emisor, desgraciadamente revelan el desconcierto, incluso de los sectores más conscientes de la sociedad, que contempla azorada la falta de una auténtica política pacificadora global, la nula iniciativa en política exterior de la nueva Europa democrática y se ve abocada a contemplar, o bien la inhibición continuada en el largo conflicto bosnio, o bien una insensata escalada bélica que a pesar de los preparativos y precedentes, largos meses gestados, no había previsto una desbandada de centenares de miles de refugiados.
En el curso de este largo mes de expulsiones de kosovares y escalada militar, algunos acontecimientos nos son especialmente próximos por lo que afecta a los informadores y a la información. La escalada de bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia ha sobrepasado un límite que va más allá de lo tolerable: la destrucción de la sede central de la televisión estatal serbia en Belgrado y de otras cadenas televisivas, que han causado decenas de víctimas civiles, trabajadores y profesionales de la emisora. Es cierto que la barbarie de la guerra (tanto si se la considera justa como si no y toda guerra es desmesura) también provoca víctimas «colaterales» entre la población civil: pero al menos los Estados mayores dicen que han sido «errores» y que lamentan los muertos. Pero el bombardeo de la TV serbia ha sido deliberado, cuando no se trata de un objetivo militar y cuando, más allá de la manipulación que sufre a manos de Milosevic es una «fuente de información» visual que, además de propaganda, también muestra los efectos de los ataques aéreos de la OTAN.
Con el mismo argumento moral, sobre la manipulación política, se podría bombardear Prado del Rey, Sant Just o Sant Cugat, por no decir la sede central de la CNN o las diarias ruedas de prensa del portavoz de la OTAN en Bruselas.
En cualquier caso, es evidente que se trata de un ataque frontal a la libertad de emisión y de prensa, que abona la teoría del «todo vale» y que vulnera el derecho a la información que, a pesar de relativo, queda más maltrecho con la destrucción de los medios y con el fallecimiento de sus profesionales. «Matar al mensajero», no por conocido deja de ser una grave indignidad, sino un crimen injustificable.
También el régimen de Milosevic ha asesinado periodistas críticos a su política, sin mirar si eran serbios, bosnios o kosovares. Y ha destruido diarios y ha acallado toda voz discrepante por la vía definitiva.
Acabamos nuestra reflexión alentando hoy, más que nunca, a los informadores en general, a los occidentales por proximidad y a un buen número de compañeros y compañeras de nuestro propio Sindicato, comprometidos en la información diaria de los Balcanes, a extremar el deber de transmitir al mundo la realidad y toda la realidad.
Algunos esfuerzos podemos percibir en este sentido y podríamos ya evidenciar como, escarmentados por la Guerra del Golfo, muchos profesionales se han puesto en guardia. Las dificultades no son pocas, inmersos en la presión mediática, no menos asfixiante de la Alianza y sus Estados miembros.
En el largo conflicto de los Balcanes estamos viviendo los hechos más sanguinarios ocurridos en Europa desde la IIª Guerra Mundial. Trágico fin del siglo XX. El siglo más criminal de la historia de la humanidad. Sólo la verdad, toda la verdad, una vez más nos devolverá al ámbito de la libertad hoy sometida bajo el estado de excepción. Y es en esta responsabilidad que alentamos a los profesionales de la información a asumir el compromiso desde la primera línea de fuego.
Barcelona, 28 de abril de 1999