Entrevista publicada el 7 de abril de 2008 en la edición número 869 del semanario El Triangle
Dardo Gómez (Buenos Aires, 1937) es presidente del Sindicat de Periodistes de Catalunya desde el 2001. Lleva 32 años en Barcelona, y ha trabajado sobre todo en el sector de las revistas, tanto de información general como especializada. El SPC nació en 1993 y celebra este año el decimoquinto aniversario. Durante este tiempo ha defendido la necesidad de dignificar la situación laboral y profesional de los periodistas, esencial para garantizar el derecho a la información de la ciudadanía.
El PSOE, en la legislatura anterior, no cumplió sus compromisos en materia de comunicación. Pasado el 9 de marzo, ¿en qué ha cambiado el panorama?
Ciertamente, el PSOE no ha impulsado todas las reformas que había prometido –la Ley del Audiovisual, El Estatuto del periodista, la Ley de derechos laborales del periodista…– aun cuando tampoco ha dicho que dejará de cumplir estas promesas. En el campo audiovisual, ha hecho una reforma de TVE, no como se esperaba, y una ley que hace referencia al Consejo del Audiovisual y que se ha comprometido, ahora sí, a poner en marcha en esta legislatura. También hay el compromiso de tirar adelante un Estatuto del Periodista Profesional, que no fue capaz de activar en la última legislatura.
El derecho a la información es otra de vuestras batallas incomprendidas…
En este país todavía no se tiene claro que hay algo denominado derecho a la información que hace falta exigir y reclamar. En el interior de los partidos políticos, por ejemplo, no se ha debatido nunca su existencia, ni una reflexión sobre el derecho a la información. Hemos sido los sindicatos de periodistas los que hemos reivindicado este derecho ciudadano, porque es esto, un derecho ciudadano, no una prerrogativa de los periodistas. Los únicos partidos políticos que han recogido esta solicitud han sido IU e Iniciativa.
¿En qué situación nos encontramos los periodistas catalanes en relación con nuestros vecinos europeos?
Profesionalmente, en otros países europeos, entre los cuales podemos incluir nuestros vecinos portugueses e italianos, hay unos niveles de dignidad y de conciencia que nosotros no podemos ni soñar. Para que té hagas una idea: en Portugal se está discutiendo actualmente una reforma del Estatuto del Periodista en qué se plantea la posibilidad que el redactor tenga el control de sus textos. Algo inconcebible aquí, donde los periodistas se resignan a que sus escritos puedan sufrir las mil y una penurias. Además, en Portugal no se puede ejercer la profesión si no se dispone del carné profesional de periodista. El Estado español es el único lugar de la Comunidad Europea que no tiene Estatuto del Periodista Profesional. Existe en Italia desde el año 1930, en Francia desde el 1946, en Argentina desde el 1944…
En Italia la organización del gremio periodístico ha creado problemas a los gobiernos, ¿no cree?
Hay un referente entre las organizaciones de periodistas y es el caso italiano, dónde tienen un Ordine del Lavoro que lo tiene todo perfectamente estructurado y ha permitido la mejor organización de periodistas de Europa. Entre otras cosas, evitaron que Berlusconi llegara más allá de dónde llegó, con las huelgas que le organizaron.
¿Qué balance hace del Sindicato de Periodistas de Catalunya?
El SPC acaba de cumplir 15 años, pero somos quienes hemos reivindicado una série de cuestiones sobre la prensa que nunca antes se habían planteado. Hemos sido el primer sindicato de periodistas creado en el Estado español y surgió desde de dentro del Col·legi de Periodistes de Catalunya con el apoyo de un gran periodista, entonces decano del CPC, Josep Pernau. Era evidente que no se podía hacer demasiada cosa por la profesión si no se estaba en las redacciones y si no se representaba a estos trabajadores luchando en el día a día.
Colegio de Periodistas y Sindicato de Periodistas. ¿No se dan duplicidad de funciones?
Los periodistas son trabajadores de la información y deben organizarse mediante los sindicatos, dónde, como es obvio, no participa la patronal. Además, en Europa no existe nada de similar al Col·legi de Periodistes o a la Asociación de la Prensa, asociaciones bastantes singulares en qué entra todo: directivos, propietarios de medios y periodistas de pie. Esto sí que tiene un cierto aire corporativo.
Hay la tendencia a percibir el periodismo como un todo homogéneo. Esto ¿no puede generar malentendidos?
Hay una gran confusión que se arrastra desde hace muchos años cuando los periodistas –esto creíamos– nos confundíamos con los directores y con los propietarios de los medios. Pensábamos que éramos la misma familia. Y la gente también se lo creía. Error, porque los periodistas nunca podremos ni decidir ni influir en la línea editorial del diario en qué trabajamos. Todavía hoy se mantiene esta confusión sobre nuestras posibilidades y nuestra función. Es más: cuando se lee una información determinada en un medio determinado, ya se sabe que aquello responde a un accionista determinado.
Podríamos hablar de la proletarización del oficio?
El periodista es un asalariado, ciertamente. Pero no es un asalariado cualquiera, porque trabajamos con material sensible: la información, que no pertenece a nadie y a todo el mundo a la vez. Desgraciadamente, cada vez se pierde más de vista la función social del periodista, y las nuevas incorporaciones, los jóvenes, se dejan llevar demasiado a menudo en esto que llamamoss éxito mediático. Pero la cara oscura del oficio es la grave precarización que rodea un sector importante de la profesión.
¿Y cual es este sector?
El Sindicato acaba de cumplir 15 años y en este tiempo uno de nuestros retos ha sido dar a conocer la figura de los colaboradores, o periodistas a la pieza, como los denominan los franceses. Se desconocía la radiografía de la profesión y nosotros hemos denunciado siempre que ha sido posible la situación de este 40% de periodistas que nadie sabe que existe.
¿Considera que la prensa rosa o los programas del corazón hacen periodismo?
Creo que no. La utilización de herramientas que corresponden al ámbito periodístico no significa que lo que se haga sea periodismo. Es otra cosa. Ni mejor ni peor: otra cosa. Al fin y al cabo, la responsabilidad es de las empresas editoras que se han dado cuenta de la cantidad de dinero que genera este tipo de productos.
Los kioscos, pero, muestran una proliferación de productos de toda clase que, en algunas ocasiones, desconcierta.
Otra cosa es el proceso que se está viviendo ya hace tiempo y que tiende a la especialización de la información. Cada vez más, se divide el estamento social en divisiones más reducidas en función de los gustos, de las aficiones, de los intereses… Así, encontramos productos de una temática determinada con 5.000 o 10.000 lectores fieles porque estos sólo encontrarán aquella información en esta revista especializada.
Una lógica agobiante de mercado…
Los grandes medios están cambiando su percepción del negocio. Durante la Transición, por ejemplo, todo el mundo vendía información, porque la gente estaba ávida de información. Cuando se descubre el negocio de la comunicación, todo cambia. Entonces, un empresario dispone de un diario, de un par de revistas, de una emisora de radio, de un canal de televisión, quizás de un portal de Internet, pero también de una discográfica y vete a saber de qué más. La información se convierte, pues, en una clase de propaganda para poder vender mi televisión, mis discos y mi editorial de libros. Las grandes corporaciones de comunicación se convierten en universos cerrados: un lector de El País, pongamos por caso, sólo conoce los columnistas y escritores de este diario, los programas de Canal Plus o de Cuatro y está al correinte de determinados músicos de las discográficas del grupo.
Y llegamos a la peligrosa concentración de medios en pocas manso: Berlusconi, Murdoch, pero también Prisa, Zeta…
La información es una mercancía. Y lo más grave es que se trata como mercancía una cosa que no pertenece a nadie, o en todo caso, a la ciudadanía. Es una estafa, pues. La información como mercancía y como herramienta ideológica, como propaganda… Al fin y al cabo, una arma letal que genera desinformación. Por ejemplo: una encuesta elaborada en los Estados Unidos reveló que el 70% de televidentes de Fox News están convencidos de que se ha demostrado la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.
La libertad de expresión, ¿tiene límites?
La libertad de expresión no tiene límites, pero la libertad de divulgación sí. Cuando se vulneran los derechos de una persona, esta persona puede recorrer a los tribunales y el medio en cuestión deberá ser sancionado. Además, en el caso de los diarios, la libertad de expresión afecta sólo a la editorial y a las columnas que se escriban.
Me refería a la COPE…
El caso de La Mañana, de la COPE, ya denunciado por el Consejo del Audiovisual de Catalunya, es muy demostrativo. Los medios de comunicación no pueden emitir mensajes que atenten contra la salud de la ciudadanía ni que inciten al odio como hace la COPE. Y, cuando se da esto, los estados deben tener herramientas legales para pararlo. Y en el Estado español todavía está pendiente un Consejo de la Información regulador…
Las nuevas tecnologías están introduciendo cambios trascendentales en la manera de hacer periodismo, ¿no cree?
De periodismo, sólo hay una manera de hacerlo. Otra cosa es el apoyo. Creo que la prensa tradicional y la prensa on line pueden convivir perfectamente. También, ciertamente, este tipo de prensa dispone de muy pocos recursos para trabajar. El hecho que una redacción esté integrada por tres, cuatro o cinco personas haciendo un diario conlleva también las características de este medio. Y la publicidad en estos medios crece muy lentamente. Quizás es que este medio no se inventó para el periodismo…
Ya nadie teme a la prensa. Nos han domesticado…
En este país hay una lista negra –no escrita– de periodistas incómodas que nunca podrán entrar a trabajar en unos medios determinados. Todo el mundo sabe que existe. Nadie quiere que le cierren las puertas. Y esto incluso queda recogido en el último Libro blanco del Col·legi de Periodistes de Catalunya: más del 70% pedían privacidad, porque tenían miedo que su nombre y sus opiniones se conocieran en el medio en qué trabajaban. La gente tiene miedo de hablar de lo que pasa en su diario o emisora. Y esto pasa en nuestro país, en Catalunya…