El despido de Jordi Ribot por parte de los actuales responsables de Diari de Girona ha sido una injusticia sin lugar a dudas. La dirección del diario adujo sus innegables facultades legales y profesionales para despedir a quién quiera y cuando quiera, pero tener el poder no quiere decir tener la razón. Jordi Ribot es una persona íntegra y honesta, de gran validez profesional, como muy bien saben los responsables de Diari de Girona que le fueron renovando los contratos laborales en los últimos seis años hasta hacerlo fijo.
Pero, paralelamente, no se le renovó la confianza a pesar que en los últimos dos años era de facto el jefe de fotografía. Jordi no es un trabajador dócil, porque reivindica siempre lo que considera suyo y justo, tanto a nivel laboral como profesional. Y el derecho a discrepar y reivindicar -al margen de la indiscutible libertad de expresión de cada cual- son tan legítimos como el derecho que tiene el diario a confeccionar una plantilla a su gusto. Pero quejarse tras seis años sin fines de semana libres y con un solo día festivo entre semana, sin unas compensaciones económicas a la altura del sacrificio, no es una queja gratuita. Como tampoco no es gratuito reivindicar que el fotógrafo también es periodista si fotografía con esa intención.
Cierto es que para que el Diari de Girona salga definitivamente hacia adelante es preciso un esfuerzo conjunto tanto de los actuales responsables que levantaron una situación de quiebra como de toda la plantilla. Pero los primeros que extendieron un cheque en blanco para la supervivencia del diario fueron los trabajadores, algunos de los que, y Ribot es, a todas luces, el caso más paradigmático, no están siendo correspondidos como se merecen.
Y tampoco no haría ningún mal una seria reflexión sobre la actual línea de un diario que, legítimamente, ha optado por una línea agresiva que también parece incluir el hecho de buscarle las pulgas al otro diario de la ciudad para crear un clima de confrontación más propio de Valencia o Madrid que no de Girona. Veremos si determinadas actitudes, que buscan hacer buenos a unos y malos a los otros acabarán convirtiéndose en un boomerang que podría deparar más de una sorpresa, como por ejemplo, hacer buenos a malos de otras épocas o víctimas a empresas que de víctimas no tienen nada.