Artículo de Enric Bastardes, secretario Relaciones Institucionales y Tesorería del SPC y miembro de la ejecutiva de la FeSP, para la IV Asamblea de Periodistas que se celebrará el 16 de junio bajo el lema Qué quedará del periodismo.

El examen sociológico de la profesión periodística denota que se está diversificando o desmenuzando, según se mire, por razones tecnológicas, laborales y políticas. Veamos la complejidad a fin de obtener un diagnóstico útil.

El núcleo central y plenamente identificado, por razones laborales con contrato fijo y por razones profesionales como informadores desde las redacciones, sigue siendo el de los periodistas de plantilla de los medios de comunicación escritos, audiovisuales o telemáticos dedicados a la información generalista. Quizá se han perdido unos cinco o seis mil unidades en los últimos cuatro años, con motivo o con la excusa de la crisis, pero todavía pueden ser más de veinte o veinte y cinco mil el total de los periodistas integrados en las plantillas de los medios de comunicación en todo el Estado español y para saberlo sólo habría que hacer la suma pertinente de los integrantes de los censos electorales oficiales de las plantillas de todos los medios, sabiendo como sabemos que esta cifra no agotaría ni de lejos los periodistas que viven, o malviven, de los medios de comunicación; porque son muchos los que sin dejar huella en ninguna referencia de relación laboral viven en el entorno o en el exterior de los medios en la consideración de colaboradores, corresponsales, fotoperiodistas o, por entendernos, «periodistas a la pieza», y que suman varios miles más, de difícil cuantificación e identificación, gracias a la desregulación pertinaz del sector.

Hay otros profesionales que de forma diferenciada intervienen en el proceso comunicativo. Especialmente en el mundo audiovisual, muchas categorías técnicas están presentes en el proceso de elaboración de la información de manera más tangencial. Montadores, productores, técnicos de sonido, de tratamiento de imagen… forman parte de las plantillas fijas de radios y televisiones interviniendo en el proceso informativo. En muchas de estas funciones la tendencia presiona para que la misma redacción, con la finalidad también de ahorro, asuma la multidisciplina o polivalencia, convirtiendo a los redactores en auténticos hombre/mujer-orquesta. No es un hecho nuevo, ya pasó en otros múltiples oficios de la prensa escrita que las nuevas tecnologías han expulsado para siempre del proceso productivo.

No añadimos nada, por obvio, sobre foto-reporteros o cámaras, estén o no en plantilla, sean autónomos de verdad o falsos autónomos, tengan contrato o cobren a tanto la pieza, porque forman parte del núcleo duro de la información.

Un espectro más amplio aún del sector es el del conjunto de los trabajadores de las empresas de comunicación que comparten empresa y avatares con los informadores desde un punto de vista laboral y pocas cosas más desde el punto de vista de objetivos profesionales y de valores, más allá de los genéricamente democráticos. No es de extrañar que algunas organizaciones sindicales reivindiquen la unidad del sector desde una visión generalista o incluso práctica, pero también es habitual y más generalizado que los periodistas se hayan encuadrado en organizaciones sindicales propias.

También hay que citar otras formas de comunicación como las que se desarrollan desde los gabinetes de comunicación de entidades públicas o privadas que elaboran informes para terceros, a la manera que algunos llaman, «periodismo de fuentes». Son cada día más los integrantes de este colectivo que canaliza su formación universitaria hacia la comunicación institucional, corporativa o de entidades sociales. Son relaciones profesionalizadas y cada vez es más urgente el compromiso que su actividad esté también regida por los valores deontológicos de la información. La transparencia institucional no puede quedar en lo que insinúa tímida y restrictivamente el proyecto gubernamental en curso. Y empresas o entidades sociales deberían apresurarse a distinguir qué es dar información y qué es hacer publicidad, propaganda o proselitismo.

Más allá de las relaciones laborales clásicas, y básicamente conformado por voluntariado, habría que situar a informadores y medios del tercer sector de la comunicación, reconocido desde hace poco, pero muy estrangulado por la legislación vigente. Sin embargo, es un sector en crecimiento que puede llegar a profesionalizarse paulatinamente y que, en la medida que las redes sociales tengan mayor protagonismo en la vida ciudadana, pueden llegar a tener un peso importante en un futuro no lejano. Este tipo de periodismo voluntarista y militante tiene muchas cosas que ver con el periodismo profesional en cuanto a contenidos y disciplina deontológica si bien no se hace desde las relaciones laborales profesionalizadas y, por tanto, no es por ahora una forma de vida. De todos modos, si la profesión se precariza, como estamos viendo en los últimos años, de unos pequeños emolumentos por una dedicación voluntarista en un medio no profesional a un mal trabajo en uno convencional cada día puede haber menos distancia. Ya hemos visto ofertas para trabajar gratis.

Cada día quedan más profesionales descolgados de sus relaciones laborales, fruto de ERE o de simples despidos. Y no hay más que añadir sobre los que ni tan siquiera tenían contrato y por tanto con un: “no me escriba más”, quedan alejados de toda realización profesional, incluso no reglada. Esta realidad deja en la calle a colectivos enteros que querrían seguir ejerciendo pero se han quedado sin patrón. Habría que ensayar nuevas formas de hacer el trabajo periodístico e incluso mejorar los resultados. La última Gran Guerra hizo surgir de la resistencia y la imaginación la sociedad de redactores que fundó o encabezó un diario de referencia como Le Monde. Hoy hay que ensayar modelos novedosos para dar salidas profesionales y para ofrecer productos no contaminados. ¿Quizás el modelo cooperativo? ¿La propia sociedad de redactores con otras complicidades sociales? Algunos esfuerzos en este sentido se están produciendo. Pero desgraciadamente algunos pierden las indemnizaciones antes de encontrar fórmulas de rentabilidad de nuevos productos. Y no hace falta decir que los periodistas difícilmente tienen capacidad para convertirse en emprendedores. Algunos de los más notables cuando se les ha dejado hacer hundieron pequeños imperios. También es difícil diseñar qué papel de estímulo o vinculación puede tener una actividad sindical con nuevas formas de propiedad de medios por mucha sintonía de objetivos profesionales que pudiera surgir.

De todo este rompecabezas hay que ver qué articula una organización sindical como el Sindicat de Periodistes de Catalunya / Sindicat de Profesisonals de la Comunicació y que queda desarticulado. Qué hay que articular desde una organización sindical o que hay que articular desde organizaciones sociales de distinta naturaleza. Hay vínculos poderosos. El más claro es el laboral, motor de la mejora de las condiciones de trabajo que pasa por situaciones tan dispares como las de los colectivos ya descritos. Pero también otro vínculo es la lucha por los valores de la información libre y veraz sin más, sin reivindicaciones de orden laboral. ¿Hay que articularlos desde una organización sindical o los encontramos en las propias organizaciones sociales donde se vinculan estos combates? Cabe preguntarse: si cambiamos nuestra concepción organizativa, que es por estatutos y programa de los más avanzados y modernos, ¿qué podemos encontrar en un contexto europeo?, ¿O simplemente nos relacionamos mejor para articular con terceros, objetivos que amplían o amplifican nuestros objetivos programáticos?.

Queda finalmente abierto el debate sobre el periodismo ciudadano. Hablar demasiado abre cada vez más confusiones. En un principio quizás servía para decir que el ciudadano es quien posee los derechos a la información, que es tanto el de informar como el de ser informado. Es cierto que la ciudadanía sólo reclama el derecho de la información cuando truena y se olvida de forma permanente. Decir pues que todo el mundo puede hacer «periodismo ciudadano» porque ejerce su derecho a informar, podría ser pedagógico pero es equívoco y contraproducente. Ser periodista es ser un profesional de la información. También todo el mundo tiene derecho a la salud y eso no lo convierte en un médico. Ahora bien, que haya ciudadanos que por la vía que sea acaben convirtiéndose en profesionales de la información no es necesario descartarlo nunca. La ‘titulitis’ puede ser conveniente pero no necesariamente garantía de nada.

Muchos son los profetas que garantizan el fin del periodismo, de los periodistas y de la prensa escrita. Algunos de sus predicadores se han esforzado en paralelo a enterrar a sus medios desde la megalomanía o la incompetencia. No me refiero a los testaferros de grandes multinacionales que responden a criterios de mercado y en la cuenta de resultados, huyendo de cualquier otro responsabilidad social de la comunicación, sino a aquellos que mantuvieron un discurso de independencia y servicio democrático y han quedado atrapados, como Juan Luís Cebrián en querer convertirse en Murdoch por un día, o de un Jaume Roures constructor de negocios para obtener favores de los poderes, bien al margen de lo que declaraba hace pocos años cuando quería predicar progresismos desde una empresa fuerte. No son tan diferentes de los banqueros que se benefician de haber derrumbado el sistema financiero.

Pero hay otros profetas del apocalipsis. Desde el ámbito del progresismo, el amigo Ignacio Ramonet se ha hartado de hablar del fin del periodismo y los periodistas. Creo que lo hace de forma provocativa y utilitaria. Es decir, no es creíble que con su pensamiento crea en el fin del periodismo sin rendirse a la vez al fin de la libertad. Puede alertar, pero es bastante combatiente como para no aceptar semejante decantación. Asimismo se alegra y aplaude al sector público audiovisual que con distinta suerte se está construyendo en América Latina. Lo ve con esperanza y como una respuesta adecuada al poder de las multinacionales o de los caciques locales de la comunicación. Es decir, confía, como no podría ser de otra manera, en más periodismo para responder a los retos presentes.

Uno se maravilla también de la capacidad de movilización de las redes sociales y determina sin demasiadas reflexiones que las redes son la alternativa a la información. Para ser más precisos, se comienza diciendo que la mejora y acaba creyendo que la sustituye. Si la prioridad es la revolución, la podemos hacer desinformados pero eso sí conectados, que no es lo mismo. Si la preocupación es la de informar, no tiene por función organizar la revuelta, aunque dijera Gramsci que la «verdad es revolucionaria». Si la reflexión es que con el dominio de los poderes contrarios a los derechos democráticos no habrá espacio para la información, tendremos que articular un avance conjunto de prioridades democráticas, que aunque confluyentes necesitan organización diferenciada y específica. Ciertamente, debemos comprometer a la sociedad en la defensa de los valores esenciales de la convivencia democrática y en la virtualidad de los derechos fundamentales, como el de la información, hoy puestos en la picota y al mismo tiempo debemos comprometer la profesión periodística en la defensa de su espacio y de la resistencia para una información real.

Debemos combatir la minimización o instrumentalización del sector público informativo, como el sanitario y el educativo. Son piezas del mismo combate pero necesitan actores e instrumentos propios y adecuados si no queremos confundir y confundirnos.

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